viernes, 30 de diciembre de 2016

Los toros, el fútbol y el puticlub

Reproducimos este artículo de opinión habitual en El Correo firmado por el socialista Juan Carlos Alonso sorbe los toros y otros dispendios del dinero público, por su interés.



Con esto de los toros ocurre como con casi todo en la vida. Que hay quien está a favor y quien está en contra. Unos veneran la Fiesta porque dicen que forma parte de la ‘indiosingracia’ nacional, porque es parte del ADN, señalan. Que esa punta de la muleta bailando ante la cara del toro, explican con delectación, pareciera el aleteo de una mariposa que inicia un efecto Doppler de consecuencias incalculables en el otro extremo del globo. Otros, por su parte, postulan que la crueldad para con los animales es intolerable y está reñida con la civilización. No es que no les guste lo taurino, no, es que creen que hay que erradicarlo.

Pero la cosa no se reduce a filias y fobias. Lo que está es cuestión no es tanto la tauromaquia, digo yo, como el hecho de que quienes están a favor de las corridas pretendan también que los demás las paguemos vía presupuesto municipal. Porque con la recaudación de entradas, publicidad y demás rubros no se financian ni las pilas del traje de luces de los diestros. Y al final, son las instituciones las que siempre han debido pagar a escote. Que más que un escote, esto ha sido un top-less anual de un millón de euros.

Porque por estos lares la gente es muy de toros; pero, salvo unos pocos, mejor si te invitan que trae más cuenta. Que no hace tanto, si no te invitaba la Diputación, lo hacía la Caja o el propio Ayuntamiento. Que entre las tres instituciones compraban casi la mitad del aforo. Y no pagaba ni el Tato.

Los aficionados taurinos se defienden y argumentan que con el fútbol y el baloncesto viene a ocurrir lo mismo. Que las instituciones siempre acaban aflojando la tela, dado que la repercusión económica de los partidos, de las aficiones visitantes y del marketing de ciudad hay que pagarlo. La pequeña diferencia estriba en que de momento no se mata a nadie en la faena deportiva, mientras que en la tauromaquia siempre paga los platos rotos el pobre bicho, que acaba desollado y con el rabo estofado convenientemente.

Los deportes, por lo general, son más de lavarte el cerebro, de adocenarte, como de facilitar la evacuación de neuras colectivas a base de gritos y cantos primitivos. Mientras que los toros son más de olés, de tirarle las bragas al torero cuando cuaja una faena de aliño, y lindezas similares. Y que corra la sangre en el albero; que a nadie le dan arcadas, oiga, en un país tan acostumbrado a abrirse en canal y desangrarse a la mínima excusa que se tercie.

Creo que entre deporte y toreo tendrían que hacer un mix. Que las corridas y el fútbol no son incompatibles, en mi modesta opinión. Pongo por caso, que si el delantero falla una ocasión clamorosa de gol, le cortaran una oreja por cenutrio. O que si el árbitro penaliza descaradamente al equipo modesto, pues que le cortaran un miembro o, en su defecto, le practicaran una circuncisión a lo poco.

En resumidas cuentas. Que la cosa es que ahora tenemos en Vitoria-Gasteiz una plaza de toros y ya no hay toros que lidiar. Y va a haber que darle al caletre para ver qué coño hacemos con ese coso taurino sin morlacos, ni banda que toque pasodobles al redoble de clarines y timbales. Para más inri, al ser redondo el continente, tiene una acústica horrorosa el espacio.

Podrían celebrarse allí los plenos municipales, digo yo, cuando hay alguna decisión controvertida. Por ejemplo, cuando se suscriba algún contrato tipo el de San Antonio, por ofrecer soluciones prácticas. Así el respetable podría hacer ondear sus pañuelos pidiendo la oreja o cualquier otro apéndice del edil proponente. Tengo dudas de que el PACMA, entonces, se manifestara contra estas prácticas si los sujetos pacientes fueran bípedos implumes y no cuadrúpedos astados.

Claro que con el fútbol vamos camino de construir otro mausoleo. Que con los antecedentes de Anoeta y San Mamés, no hay excusa para que el Gobierno vasco se sacuda el bolsillo y apoquine lo que sea menester para tener un estadio pinturero. Que si no hay obras, no se alegra el mercado. Que el cemento es la alegría de la vida.

Y hablando de alegrías, no podemos olvidar que el fútbol y el sexo siempre han tenido una relación curiosa. Recuerdo cuando un amigo, aficionado a frecuentar lupanares, me contó cómo los puticlubs se llenaban durante las horas en que los esforzados jugadores del Alavés jugaban en Mendizorrotza. Algunos alavesistas de corazón, pero con mayor afición a cuestiones de bragueta si cabe, aprovechaban para evacuar una visita furtiva a los puticlubs locales durante los noventa minutos del enfrentamiento deportivo con la excusa de ver al Glorioso. Que no todo va a ser gritarle al árbitro.

Eso sí, se recomendaba como imprescindible tener el transistor en la mesilla del ‘meublé’ durante la faena de aliño. No fuera a ser que luego hubiera que dar explicaciones de una expulsión, o de un fuera de juego polémico y no supieras de qué coño, perdón, de qué jugada te estaban hablando.

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